Con llegada del invierno, las abejas se juntan en la
zona central de los panales, formando un ‘racimo’ de protección térmica. El
objeto de este apelotonamiento, es el de mantener la temperatura de la
colmena con el fin de superar el frio invierno aprovechando las reservas de
alimento almacenadas durante el resto del año.
La bola de abejas se forma a partir de los 14
grados, y su tamaño va variando según sea la temperatura exterior; cuando la
temperatura sube por encima de los 7 grados, el racimo se dilata o expande, y
cuando la temperatura baja por debajo de esa temperatura el racimo se contrae.
Para mantener la temperatura necesaria, las abejas del
interior del racimo generan calor, con el objetivo de que la temperatura en ese
punto central sea de entre 25 y 35 grados. Por su parte, las abejas más alejadas
hacen una capa aislante de entre 2,5 y 7,5 cm, manteniéndose a una temperatura
de entre 6 y 9 grados.
Pero por debajo de los 6 grados, estas abejas de la
periferia morirían. Por ello, cada cierto tiempo se produce un cambio de turno
entre las más adultas. En la periferia siempre estarán las abejas más mayores,
muchas de las cuales morirán por mantener a las otras calientes.
Debido a que es el interior de la bola el encargado de
generar el calor necesario a costa de consumir las reservas energéticas
almacenadas en forma de alimento, se hace imprescindible que la colmena tenga
suficientes reservas de miel, y que además éstas estén situadas lo más cerca
posible del lugar donde se forme el racimo.